miércoles, 7 de marzo de 2012

UN REPASO A LA HISTORIA DE LA SEMANA SANTA, LA SEMANA DEL PERDÓN

Hemos de volver a los orígenes de las cosas para entender por qué son como son. En la iglesia primitiva el catecumenado (la preparación para el bautismo) ocupaba una parte muy notable de la liturgia y de la vida religiosa. Para ellos se instituyó la CUARESMA, en la que se intensificaba la preparación doctrinal y la puesta a punto del alma para recibir el bautismo en la Vigilia Pascual (Sábado Santo por la noche). Precisamente la liturgia de ese día está hecha a la medida de los catecúmenos. En cierto modo el bautismo y la penitencia iban ligados, porque en ambos casos se trataba de cumplir con los ritos necesarios para obtener la admisión o la readmisión en la iglesia. En ambos casos, el camino era la penitencia. Piénsese que los catecúmenos eran paganos que según los cánones de la iglesia habían estado viviendo hasta entonces en pecado y por tanto necesitaban la penitencia para aborrecer la vida que abandonaban.

Cuando no quedó ya nadie por convertir, el bautismo se administró el octavo día de la vida del niño. La mortalidad infantil era alta, y bautizándolos tan pronto se les abrían las puertas del cielo (si no, su lugar era el limbo). Quedaban solos por tanto los penitentes en las ceremonias de la penitencia y del perdón. No desapareció sin embargo la penitencia pública, que persistió como obligatoria hasta el siglo IX, con su solemne ritual. Pero tal como fue retrocediendo su obligatoriedad, fue avanzando su voluntariedad. La penitencia se sublimó y la asumió toda la iglesia como medio de purificación general.

Persistió de todos modos en los monasterios y en bastante medida en los señoríos de la iglesia la penitencia obligatoria (impuesta), que mantuvo vivo a lo largo de toda la edad media, e incluso más allá, la memoria de las antiguas penitencias. Los fieles que no estaban sujetos a esta obligación se mantuvieron en la práctica de la penitencia, sobre todo la cuaresmal, por devoción. Pasó ésta por tanto del ámbito de la administración eclesiástica al de las conciencias.

Pero las ideas de fondo seguían siendo las mismas, y los rituales de penitencia también se mantuvieron en buena parte durante siglos. Pero la conciencia del bien y del mal, de la virtud y el pecado ya estaba formada, por eso se sumó a la penitencia toda la iglesia. La liturgia dedicó a la penitencia general la cuaresma y en especial la Semana Santa. “Perdona a tu pueblo, Señor, perdona a tu pueblo, perdónale Señor. No estés eternamente enojado, perdónale, Señor”. Es el canto popular que domina todo el tiempo de penitencia, es la petición insistente del perdón.

Entroncando con la más antigua tradición penitencial, en que el Jueves Santo en unos lugares y el Viernes Santo en otros se concedía el perdón solemne a los penitentes que habían cumplido su penitencia (que a menudo era de varios años), y en recuerdo del pasaje de la Pasión en que se perdona a Barrabás, el delincuente que la plebe prefirió a Jesús, en algunos lugares se concede por la autoridad judicial la liberación de un preso uno de estos dos días santos en memoria de la Pasión y Muerte de Cristo, cuyo fin fue el perdón de todos los pecados. Es que el fin natural y el éxito de la penitencia es el perdón.


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